• Imagen 1 AMOR
    El motor del mundo

SOBRE EL DINERO

El dinero puede comprar una casa, pero no un hogar.

El dinero puede comprar un reloj, pero no el tiempo.

El dinero puede comprar una casa, pero no un hogar.

El dinero puede comprar un libro, pero no el conocimiento.

El dinero puede comprar un médico, pero no la salud.

El dinero puede comprar una posición, pero no el respeto.

El dinero puede comprar la sangre, pero no la vida.

El dinero puede comprar el sexo, pero no el amor.

Es una entrada de poco valor, pero, a su vez, es un claro ejemplo de lo que realmente fomenta el dinero. Consumir, adquirir, poseer, tener más que….Nos tenemos que plantear si es éste el mundo que queremos dejar como legado a nuestras futuras generaciones.

El materialismo existente hoy en día es casi aberrante.

Según mi humilde opinión nos tendríamos que fijar en otras cosas que no sea si uno tiene o no tiene poder adquisitivo. Deberíamos fijarnos en aspectos más vitales y, por lo tanto, más importantes para nuestra vida que, no olvidemos, es la relación diaria que mantenemos con otras personas: familia, amigos, conocidos, profesionales, compañeros…

A vuestro dictamen lo dejo. Que todos vosotros encontréis el equilibrio.

REVOLUCIÓN

Hola compañeros, muy buenas. Ha llegado un punto en mi vida en que siento que debo “hacer” alguna cosa, algo…

Sé, siento que si seguimos actuando de la misma manera, todo seguirá igual, de la misma manera. Y creo también que hace falta un cambio, un cambio fundamental, un cambio en nuestra psique.

No voy a descubrir nada nuevo, ni a vosotros ni a nadie. El mundo actual, nos coloquemos donde nos coloquemos, es una auténtica porquería.

Gente muriendo de hambre por doquier, guerras por todo el mundo. La utilización de gases, venenos, alimentos y, en definitiva, todo lo que se ha creado, hemos creado, supuestamente para defendernos de algo o de alguien.

Infinitud de riesgos, infinitud de agresiones, violencia, utilización de personas, engaños, mentiras, burda palabrería…

Lo cierto es que, durante milenios, la gente no ha encontrado una manera diferente de vivir, que no sea atacando a los demás, defendiéndose del vecino o no tan vecino, echando la culpa de todo a los demás; en definitiva, no responsabilizándonos de todos nuestros actos. Porque en el fondo, al final, descubriremos que nosotros formamos el mundo, y que el mundo es cómo nosotros hacemos que sea.

No esperéis encontrar aquí la repuesta. Tengo esas dudas y os las planteo. No quiero ser agorero ni catastrofista. En vedad os digo que veo la necesidad de un cambio, mas lo único que se me ocurre es que el cambio ha de empezar por nosotros mismos.

Un hombre sólo no puede cambiar el mundo. Pero vosotros y yo sí que podemos cambiar el mundo. Vosotros y yo hemos de descubrir qué es la verdad; pues la verdad es lo que disuelve las tribulaciones, las miserias del mundo. El mundo no está allá en Rusia, en América o en Inglaterra. El mundo está donde vosotros estáis, por pequeño que él os pueda parecer; el mundo sois vosotros, vuestro medio ambiente, vuestra familia, vuestro vecino, y si eso es transformado, producís transformación en el mundo.

Pero la mayoría de nosotros somos perezosos, indolentes. Lo que yo digo es real en sí mismo; pero resulta fútil si vosotros no estáis dispuestos a comprenderlo. La transformación sólo puede ser producida por el individuo. Vosotros podréis causar una revolución fenomenal, radical, cuando os comprendáis a vosotros mismos. En la masa se puede influir, ella puede ser utilizada; pero las revoluciones radicales en la vida ocurren tan sólo con individuos. Dondequiera viváis, en cualquier nivel de la sociedad que estéis colocados, si os comprendéis a vosotros mismos produciréis transformación en vuestras relaciones con los demás. Lo importante es poner fin al dolor; pues la terminación del dolor es el comienzo de la revolución, y esa revolución produce transformación en el mundo. Que todos vosotros encontréis el equilibrio.

TRABAJAR LA PACIENCIA

HUYE DE LOS ELOGIOS, PERO TRATA DE MERECERLOS.
FRAÇOIS FÉNELON

REFLEXIONES PARACELSO

Hola compañeros; os voy a comentar los diferentes puntos de discusión, o debate, que extraigo de la lectura más o menos atenta del texto.
Cuando el texto dice: "El Camino es la Piedra. El punto de partida es la Piedra" me es imposible no recordar una frase del Tao. Así, cambiaríamos Piedra por Tao ( camino) y sería idéntico.
Cuando dice: "Mis detractores, que no son menos numerosos que estúpidos, dicen que no y me llaman un impostor. No les doy la razón, pero no es imposible que sea un iluso. Se que "hay un Camino". Es una afirmación muy completa, pero no excluye la posibilidad de lo contrario. A mi entender, es un ejemplo de cómo hemos de intentar vivir. Seguros de nosotros pero abiertos a cualquier posibilidad.
Cuando dice: -"No estamos en el Paraiso-dijo tercamente el muchacho-aquí, bajo la luna todo es mortal.
Paracelso se habia puesto en pie.
-¿En qué otro sitio estamos?¿Crees que la divinidad puede crear un sitio que no sea el Paraiso?¿Crees que la Caída no es ignorar que estamos en el Paraiso?".
Todo ello consiste en afirmar que el Paraiso está a nuestro alrededor. No nos tenemos que perder o desorientar bajo ningún concepto. La mayoría de nosotros esperamos que haya "algo más". Pero desgraciadamente, o por una inmensa fortuna: esto es lo que hay. Lo que es.
Para mi ésta es la enseñanza más importante que podemos extraer de este texto.
Podría comentar los temas de la credulidad del discípulo, del respeto a otras persoñas. Sobre la vanidad y sobre la "relidad" de un Camino.
Con estas reflexiones me despido y os pido que penséis en lo que el texto quiere significar.
Hasta luego, y que todo el mundo encuentre el Equilibrio.

LA ROSA DE PARACELSO

Hola a todo el mundo. Hoy os voy a publicar este texto de J.L.Borges. Soy consciente de que es un texto un poco largo, pero me gustaría que lo leyerais y me diéseis vuestra opinión sobre el mismo. En diez días os contestaré a todos personalmente y publicaré también mi opinión al respecto. Un abrazo a todo el mundo.



J L. Borges

En su taller, que abarcaba las dos habitaciones del sótano. Paracelso pidió a su Dios, a su indeterminado Dios, a cualquier Dios, que le enviara un discípulo. Atardecía, El escaso fuego de la chimenea arrojaba sombras irregulares, Levantarse para encender la lámpara de hierro era demasiado trabajo, Paracelso, distraído por la fatiga, olvidó su plegaria. La noche había borrado los polvorientos alambiques y el atanor cuando golpearon la puerta, El hombre, soñoliento, se levantó, ascendió la breve escalera de caracol y abrió una de las hojas. Entró un desconocido. También estaba muy cansado. Paracelso le indicó un banco; el otro se sentó y esperó. Durante un tiempo no cambiaron una palabra.
El maestro fue el primero que habló.
-Recuerdo caras del Occidente y caras del Oriente -dijo no sin cierta pompa-, No recuerdo la tuya, ¿Quién eres y qué deseas de mí?
-Mi nombre es lo de menos -replicó el otro-, Tres días y tres noches he caminado para entrar en tu casa. Quiero ser tu discípulo. Te traigo todos mis haberes.
Sacó un talego y lo volcó sobre la mesa. Las monedas eran muchas y de oro. Lo hizo con la mano derecha. Paracelso le había dado la espalda para encender la lámpara. Cuando se dio vuelta advirtió que la mano izquierda sostenía una rosa. La rosa lo inquietó.
Se recostó, juntó la punta de los dedos y dijo:
-Me crees capaz de elaborar la piedra que trueca todos los elementos en oro y me ofreces oro. No es oro lo que busco, y si el oro te importa, no serás nunca mi discípulo,
-El oro no me importa -respondió el otro-, Estas monedas no son más que una parte de mi voluntad de trabajo. Quiero que me enseñes el Arte. Quiero recorrer a tu lado el camino que conduce a la Piedra.
Paracelso dijo con lentitud:
-El camino es la Piedra. El punto de partida es la Piedra. Si no entiendes estas palabras, no has empezado aún a entender. Cada paso que darás es la meta.
El otro lo miró con recelo. Dijo con voz distinta:
-Pero, ¿hay una meta?
Paracelso se rió.
-Mis detractores, que no son menos numerosos que estúpidos, dicen que no y me llaman un impostor. No les doy la razón, pero no es imposible que sea un iluso. Sé que "hay" un Camino,
Hubo un silencio, y dijo el otro:
-Estoy listo a recorrerlo contigo, aunque debamos caminar muchos años. Déjame cruzar el desierto. Déjame divisar siquiera de lejos la tierra prometida, aunque los astros no me dejen pisarla. Quiero una prueba antes de emprender el camino,
-¿Cuándo? -dijo con inquietud Paracelso.
-Ahora mismo -dijo con brusca decisión el discípulo.
Habían empezado hablando en latín; ahora, en alemán.
El muchacho elevó en el aire la rosa.
-Es fama -dijo- que puedes quemar una rosa y hacerla resurgir de la ceniza, por obra de tu arte. Déjame ser testigo de ese prodigio. Eso te pido, y te daré después mi vida entera.
-Eres muy crédulo -dijo el maestro- No he menester de la credulidad; exijo la fe.
El otro insistió.
-Precisamente porque no soy crédulo quiero ver con mis ojos la aniquilación y la resurrección de la rosa.
Paracelso la había tomado, y al hablar jugaba con ella.
-Eres crédulo -dijo-. ¿ Dices que soy capaz de destruirla?
-Nadie es incapaz de destruirla -dijo el discípulo.
-Estás equivocado. ¿Crees, por ventura, que algo puede ser devuelto a la nada? ¿ Crees que el primer Adán en el Paraíso pudo haber destruido una sola flor o una brizna de hierba?
-No estamos en el Paraíso -dijo tercamente el muchacho-; aquí, bajo la luna, todo es mortal.
Paracelso se había puesto en pie.
-¿En qué otro sitio estamos? ¿Crees que la divinidad puede crear un sitio que no sea el Paraíso? ¿Crees que la Caída es otra cosa que ignorar que estamos en el Paraíso?
-Una rosa puede quemarse -dijo con desafío el discípulo.
-Aún queda fuego en la chimenea -dijo Paracelso-. Si arrojaras esta rosa a las brasas, creerías que ha sido consumida y que la ceniza es verdadera. Te digo que la rosa es eterna y que sólo su apariencia puede cambiar. Me bastaría una palabra para que la vieras de nuevo.
-¿Una palabra? -dijo con extrañeza el discípulo-. El atanor está apagado y están llenos de polvo los alambiques. ¿Qué harías para que resurgiera?
Paracelso le miró con tristeza.
-El atanor está apagado -repitió-- y están llenos de polvo los alambiques. En este tramo de mi larga jornada uso de otros instrumentos.
-No me atrevo a preguntar cuáles son -dijo el otro con astucia o con humildad.
-Hablo del que usó la divinidad para crear los cielos y la tierra y el invisible Paraíso en que estamos, y que el pecado original nos oculta. Hablo de la Palabra que nos enseña la ciencia de la Cábala.
El discípulo dijo con frialdad:
-Te pido la merced de mostrarme la desaparición y aparición de la rosa.
No me importa que operes con alquitaras o con el Verbo.
Paracelso reflexionó. Al cabo, dijo:
-Si yo lo hiciera, dirías que se trata de una apariencia impuesta por la magia de tus ojos. El prodigio no te daría la fe que buscas: Deja, pues, la rosa.
El joven lo miró, siempre receloso. El maestro alzó la voz y le dijo:
-Además, ¿quién eres tú para entrar en la casa de un maestro y exigirle un prodigio? ¿Qué has hecho para merecer semejante don?
El otro replicó, tembloroso:
-Ya sé que no he hecho nada. Te pido en nombre de los muchos años que estudiaré a tu sombra que me dejes ver la ceniza y después la rosa. No te pediré nada más. Creeré en el testimonio de mis ojos.
Tomó con brusquedad la rosa encarnada que Paracelso había dejado sobre el pupitre y la arrojó a las llamas. El color se perdió y sólo quedó un poco de ceniza. Durante un instante infinito esperó las palabras y el milagro.
Paracelso no se había inmutado. Dijo con curiosa llaneza:
-Todos los médicos y todos los boticarios de Basilea afirman que soy un embaucador. Quizá están en lo cierto. Ahí está la ceniza que fue la rosa y que no lo será.
El muchacho sintió vergüenza. Paracelso era un charlatán o un mero visionario y él, un intruso, había franqueado su puerta y lo obligaba ahora a confesar que sus famosas artes mágicas eran vanas.
Se arrodilló, y le dijo:
-He obrado imperdonablemente. Me ha faltado la fe, que el Señor exigía de los creyentes. Deja que siga viendo la ceniza. Volveré cuando sea más fuerte y seré tu discípulo, y al cabo del Camino veré la rosa.
Hablaba con genuina pasión, pero esa pasión era la piedad que le inspiraba el viejo maestro, tan venerado, tan agredido, tan insigne y por ende tan hueco. ¿Quién era él, Johannes Grisebach, para descubrir con mano sacrílega que detrás de la máscara no había nadie?
Dejarle las monedas de oro sería una limosna. Las retornó al salir. Paracelso lo acompañó hasta el pie de la escalera y le dijo que en esa casa siempre sería bienvenido. Ambos sabían que no volverían a verse.
Paracelso se quedó solo. Antes de apagar la lámpara y de sentarse en el fatigado sillón, volcó el tenue puñado de ceniza en la mano cóncava y dijo una palabra en voz baja. La rosa resurgió.

LOS BRAHMANES

Aquellos que han expulsado de sí las malas cualidades,

que viven siempre atentos,

han roto todos sus lazos

y han alcanzado la Iluminación,

aquellos en verdad son brahmanes en este mundo.


COMENTARIO: Ésta Ûdana sigue ensalzando las cualidades que para los budistas son básicas.

No tener "malas" cualidades, una atención viva y consciente y no tener apego alguno hacia nada en este mundo. Todo ello son etapas en el "camino" hacia la "Iluminación".


De lo ridículo a lo sublime, sólo hay un paso.
NAPOLEÓN I

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